viernes, 6 de julio de 2012

GANADORA ''CREA TU HISTORIA'' 1º Entrega

Anela/DruidaFeral14


Ha hecho una magnífica historia, además, es preciosa, y eso le ha costado ser la ganadora del concurso ''Crea tu historia'', leed para creed, Intenta No Asustarte:
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Phineas y Ferb
Intenta no asustarte

Capítulo 1
En Inglaterra

Aquella mañana de sábado, en Danville, el sol salía, placentero, cuando Irving apareció en el jardín de la casa más conocida de los barrios residenciales.
Para su disgusto, no encontró a sus ídolos planeando algo en el patio trasero, por lo que decidió tocar a la puerta.
Abrió una ociosa Candace, de mirada perdida y legañosa, como recién levantada. Busco al visitante con la mirada, pero solo se percató de él cuando decidió agachar la cabeza. Allí, estaba, a la hora temprana a la que solía aparecer. La pelirroja profirió un gruñido de fastidio.
- ¿Qué quieres mocoso? ¿Acaso no te has dado cuenta de que son las siete y media?
Irving rió tímidamente.
- Bueno, sí… Pero esperaba encontrar a tus hermanos en el jardín. ¿No los habrás visto?
- Hoy no están.-respondió tajantemente.
- Ah, pues entonces los esperaré…
Irving ya se dirigía hacia el jardín cuando Candace le espetó:
- No es necesario que te metas en tu sitio habitual tras las vallas. No van a venir hasta el domingo por la tarde. Se han ido a Inglaterra todo el fin de semana a visitar a los abuelos con los memos de sus amigos y con mis padres.
- ¿Y tú?-preguntó, curioso.
- ¿Yo? Antes de aguantar el muermazo allí me quedo mirando con gran interés la gran actividad diaria de Perry.
Irving se aproximó de nuevo a la puerta, apoyándose en el marco de la puerta, mientras le lanzaba una mirada picarona a Candace y se bajaba ligeramente las enormes gafas de pasta.
- Entonces, si estás sola, podríamos quedar algún día de estos por mi casa, o ir a cenar donde quieras…
- Bah, cómprate un amigo, Irving.-gruñó Candace antes de cerrarle la puerta en sus narices.
Irving sonrió, optimista.
- Entonces… ¿te lo vas a pensar?

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- ¡Ya estamos aquí!
La voz animada de Phineas despertó a todos los viajeros, que casi pegaron un salto.
Ferb parpadeó, Isabella bostezó, Buford se crujió el cuello y Baljeet se estiró.
- Por fin…-suspiró Isabella- Menudo viaje.
Cuando el coche frenó, en seguida los cinco chicos se quitaron el cinturón y se apresuraron a tocar tierra firme para seguir estirándose.
- Ferb, ¿qué hora es?
Ferb comenzó a adelantar su reloj de muñeca exactamente nueve horas, para mostrárselo a Phineas.
- Las cuatro y media… ¡Si que se nos ha hecho largo! Aunque hay que tener en cuenta la rotación de al tierra, contraria a la dirección de nuestro viaje, que hace que las horas pasen más rápido, y el resultado sea la sensación de un largo vuelo…
- Mira, no estoy de humor.-gruñó Buford, restregándose los ojos- Así que deja tus lecciones de física para otro momento.
- En realidad, eso no forma parte de la física puesto que…
- ¡Cierra la boca, Baljeet!-rugió Buford, cogiéndolo del cuello de la camisa, amenazador- Hoy he traído la maza conmigo, así que más te vale no molestarme mucho.
El chico hindú tragó saliva.
- ¡Abuelo, abuela!-gritó Phineas, mientras corría a abrazar junto a Ferb a sus abuelos, que los esperaban en la puerta de la casa de campo.
- ¡Hombre, muchachote!-rió Reginald, mientras le sacudía el pelo cariñosamente- ¡Hola, Ferb, valiente!
Tras algún apretón cariñoso, los saludos entre los abuelos y los amigos de Phineas y Ferb, Linda y Lawrence salieron del coche cargando las maletas. Entre todos metieron todo lo necesario y se repartieron las habitaciones (el grupo de amigos dormía en una sola habitación), para después tomar el té en la sala de estar, junto al fuego.
- ¡Espero que hayáis traído ropa de abrigo, chicos!-avisó la abuela Fletcher- Aquí el otoño ya se ha hecho notar, y mucho. Aunque por lo menos no tenemos muy mal tiempo.
- Ya lo habíamos previsto.-dijo Lawrence- Aquí el ambiente es mucho más helado. Y aquí, en el campo, lo es aún más…
- ¿Seguro que no os importa quedaros con los chicos esta noche mientras nosotros visitamos la reunión del congreso de antigüedades?-preguntó Linda a los ancianos.
- Que va, ¡nos lo vamos a pasar muy bien! ¿A qué sí chicos?-animó el abuelo Fletcher, mientras guiñaba un ojo a los chicos.
- ¡Seguro, abuelo!-apoyó Phineas, emocionado.
- Puede que hasta os cuente alguna historia sobre el famosísimo castillo del conde de Sherril.
-¿El conde de Sherril?-preguntaron todos a la vez, intrigados.


















Capítulo 2
Las historias del castillo de Sherril

Aquella tarde, cuando sus padres se marcharon a la cita acordada, el grupo se reunió alrededor de la hoguera del salón. Todos miraban al abuelo Fletcher, expectantes, cuando comenzó a contar la historia:
- Hace mucho tiempo, se dice que el castillo que se encuentra entre las colinas que hay al final del camino que va al Norte, perteneció al ilustrísimo conde de Sherril, un hombre audaz y valiente, bondadoso y gran defensor de su reino. Tenía un hijo, llamado Charles, al que entrenó para la batalla desde edad temprana con orgullo, seguro de que sería el perfecto heredero. Sin embargo, el hijo del conde temía en secreto a la guerra, y se negó a asistir a una importante batalla contra un reino atacante, una batalla que perdieron. Sherril, decepcionado, estaba segurísimo de que la culpa de la derrota había sido de su hijo al no apoyar en la batalla, por lo que lo mandó a la horca a morir. Sin embargo, se dice que el fantasma de su hijo rondaba por el castillo y le perseguía, controlaba su mente, sus pensamientos, hasta hacerle sentir arrepentido. Algunos dicen que murió de propio dolor interno, y otros que huyó del castillo. El caso es que nadie más se atrevió a entrar en el castillo, temerosos al fantasma de Charles, y los sucesos extraños que hicieron creer en los fantasmas al conde no se han aclarado todavía…
- ¡Que historia más chula!-exclamó Phineas, impresionado- Podríamos hacer una excursión al castillo para verlo.
- ¿¡Qué!?-gimió Baljeet, que temblaba como un loco- ¿¡No te preocupa mínimamente la historia del fantasma!?
- Baljeet, no seas patético.-intervino Isabella- Los fantasmas no existen.

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En casa de los Flynn-Fletcher, Candace hablaba animadamente con Stacy por teléfono mientras se revolvía en el sofá, como de costumbre.
- Tal y como te lo estoy contando, Stacy. ¡Que sí! Esa Wendy es una pesada. No para de preguntar cosas en clase, como si aprender fuera algo importante. Intenta hacerse la interesante. Y mete el hocico donde no le llaman… ¿¡Cómo que te cae bien!? ¿Y si te digo que intentó ligar con el novio de Alex? Que sí, que no me lo estoy inventando… ¿Qué? ¿Perry? No, no sé donde está.

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Perry, el ornitorrinco mascota de la familia, se acercó a una de las paredes de la cocina. De repente, sin que nadie lo notara, se puso a dos patas, corrigió los ojos, y se colocó un sombrero que recortó una mirada serie e inteligente. Se pegó a la pared, esperando a que esta se volteara verticalmente, abriéndole paso hasta un tubo transparente que lo transportó hasta una base secreta que se encontraba a varios metros bajo el lugar.
Perry se encontraba en una sala circular y muy espaciosa, llena de distintos cachivaches y equipos de espía que solo él sabía para que servían. Destacaba un gran monitor que se encontraba frente una moderna silla roja.
Sin que sus dueños lo supieran, Perry acaba de convertirse en el agente P.
Cuando se sentó en la silla, la pantalla se iluminó, mostrando al jefe de su división: Mayor Monogram.
-Buenos días, agente P. Doofenshmirtz ha viajado a Inglaterra de nuevo, y ha obtenido una extraña mercancía que se compone de tubos de plástico y esparadrapo. Utiliza tu aerodeslizador para ir hasta allí y averigua lo que trama.
Perry asintió y corrió a montarse en su aerodeslizador, que activó rápidamente.

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- Phineas… ¿Estás seguro de esto?
- Completamente.-contestó Phineas al tembloroso Baljeet mientras cargaba su mochila de material esencial- Solo hay una forma de averiguar si hay fantasmas en ese castillo.
Buford resopló.
- Y si los hay… ¿cómo se supone que vas a confirmar que hay? Recuerda que son fantasmas.
- Muy sencillo.
Ferb sacó un pequeño pero extraño aparato de su bolsillo.
- Este radar produce unas ondas expansivas que rebotan con los objetos y son devueltos hasta su antena. Sin embargo, este no es un detector de movimientos normal. Es capaz de localizar hasta la más mínima pisada de un ratón, o incluso una simple brisa. Es increíblemente preciso. Al igual que su detector de sonidos. De esta forma averiguaremos si realmente se ven anomalías en el castillo de Sherril. Ferb, ¿tienes las linternas?
Ferb levantó el dedo pulgar con un gesto afirmativo mientras le enseñaba las dos linternas.
- Ehhh… Pues yo no he traído linterna.-dijo Isabella tímidamente.
- Yo tampoco.-confirmó Baljeet.
- Ni yo, campanilla.-gruñó Buford despectivamente.
- No hay problema.-tranquilizó Phineas- Yo iré delante, y tú, Buford, llevarás la linterna de Ferb, cerrando el grupo.
- Y… ¿cuándo se supone que vamos para allá?-preguntó Baljeet.
- Obviamente, cuando oscurezca.
- ¿Por qué?
- Vamos, Baljeet, ¿cuándo has visto una expedición a una casa encantada por el día?
- Siempre hay que añadir algo de intriga y terror a la historia.-comentó Ferb.

















Capítulo 3
Londres

Cuando el sol escondía los últimos rayos que acababan de bañar la ciudad de Londres y las luces artificiales comenzaban a encenderse a la par del oscurecimiento del cielo, una centella casi imperceptible cruzó el cielo a mucha velocidad.
Perry se situó en las zonas más turísticas, siguiendo las indicaciones que le ofrecía su GPS, que, instalado en su aerodeslizador, lo guiaba hasta el paradero de su enemigo.
Por fin encontró el rastro exacto, que lo condujo hasta una de las habitaciones del piso más alto de un lujoso hotel.
Saltó con gran agilidad, impropia de un simple ornitorrinco (todo el mundo sabe que no hacen gran cosa), y atravesó el cristal de la ventana de la habitación señalada.
Se encontraba en un lujoso apartamento decorado con colores beiges. Doofenshmirtz había pegado un salto de su sitio, apartándose justo a tiempo de la trayectoria del salto de Perry, que se apoyó en el suelo con facilidad.
- ¡Perry el ornitorrinco!-exclamó Doofenshmirtz, con el corazón en un puño- ¡Casi me matas del susto! Oh, no… Mira, ya me he acostumbrado a que me hagas esto en mi casa… ¡Pero ahora estamos en un hotel!
Perry lanzó una mirada compungida a la ventana rota.
- ¿Crees que es normal eso de ir rompiendo paredes y ventanas por donde te apetezca? ¿Qué le digo ahora al dueño del hotel?
Perry agachó la mirada, arrepentido, mientras se miraba las patas palmeadas, distraído.
- Bueno, ya resolveremos eso más adelante.-dijo, encogiéndose de hombros, mientras pulsaba un botón escondido bajo un jarrón de una repisa.
Sin darle tiempo a Perry para reaccionar, la lujosa alfombra en la que estaba de pie se enrolló a presión alrededor de su cuerpo, dejándolo inmóvil. Intentó sacudírsela de encima, pero estaba fuertemente sujeta. Le lanzó una mirada terrible al doctor.
- ¡Te atrapé!-exclamó el científico loco, orgulloso de su trampa- Te estarás preguntando que es lo que me trae por Londres de nuevo, ¿verdad? Pues para explicártelo tengo que contarte una pequeña historieta.
Perry puso los ojos en blanco, molesto.
- No pongas esa cara, coopera un poco. -le espetó Doofenshmirtz- Es necesario para comprenderlo todo.­-­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­­enseguida se encargó de perder la mirada, como dolorido por los recuerdos de su infancia- Verás, Perry el ornitorrinco, cuando era joven siempre me gustó conocer mundo. Lo malo es que mis padres estaban cortos de dinero y no podían permitirse buenos viajes. Un día sin embargo, gastamos nuestros ahorros en ir a Londres por una vez en la vida. ¡Si vieras mi cara de felicidad al escuchar la noticia…!
Perry comprendido que aquello iba para largo, se entretuvo mirando la habitación en busca de algo con lo que pudiera librarse de la alfombra.
- Londres era una ciudad muy bonita, y a mi me gustó desde el primer momento que la vi. El problema es que… -gruñó, fastidiado- Aquel día una lluvia terrible sacudía la ciudad, haciendo imposible su visita. Esperamos un poco, pero al ver que la cosa no mejoraba con el paso de los días, tuvimos que volver a casa… sin haber visto nada.
Doofenshmirtz avanzó hacia la ventana, desde donde lanzó una mirada de repulsión a la gente que estaba fuera.
- Y ahora que puedo venir si quiero gracias a la pensión de mi ex-mujer… Miro a esa gente tan feliz, correteando por la ciudad como si nada. Familias enteras que van a estar aquí, pasándoselo bien. ¡Y estamos en época de lluvias! Pero mira al cielo, Perry el ornitorrinco. ¡Ni una sola nube! Que rabia me da eso.
Perry intentó mantener los ojos abiertos tras un par de cabezadas rápidas.
- Por eso he venido aquí con el objetivo de que lloviera a cántaros en la ciudad, y así hacer ver a las ilusionadas familias lo que yo sufrí. Estaba aquí pensando en los planos de mi nuevo inator cuando me di cuenta que ya había hecho un inator parecido. -se giró hacia Perry- ¿Recuerdas, Perry el ornitorrinco? ¡Fue este verano! El Lloverinator, así que decidí volver a construirlo.
Perry le lanzó una mirada aburrida.
- El problema es que necesitaba algo mucho más fuerte. No una simple lluvia para suspender partidos de fútbol, sino una verdadera tormenta, como para no poder salir de casa. Así que, con los planos anteriores de mi Lloverinator y unos cuantos retoques, he inventado... ¡El Tormentinator!
Debido al tono y la expresión teatral de Doofenshmirtz, Perry supo que acababa de presentar su nuevo inator, pero por mucho que buscó con la mirada no lo detectó. Doofenshmirtz se dio cuenta de ello.
- ¡Ah, no! No está aquí, porque, claramente, no cabe. Lo he llevado al ático, y lo controlo desde aquí con este mando a distancia.-se presentó un pequeño y sencillo mando que tenía en la mano- Ahora… ¡Nadie podrá ver la ciudad, y aquellos que estén de vacaciones aquí, sentirán lo que yo sentí de pequeño! ¡Esta es mi venganza!






























Capítulo 4
Excursión nocturna

El camino era terroso e irregular. Tal y como se había predicho, Phineas iba en cabeza iluminando el camino con su linterna. Estaba seguido de cerca por su hermanastro, por Isabella y Baljeet, mientras que Buford cerraba la fila con otra linterna. El Norte era el lugar señalado en la brújula, hacia dónde se dirigían a través del camino, en pendiente ascendente.
Por suerte, la luna llena brillaba, iluminando con claridad la noche oscura. Sin embargo, las linternas no dejaban de hacer falta.
- ¿Cuándo llegaremos?-se quejó Baljeet, algo cansado.
- Cuando subamos la colina estaremos en frente.-anunció Phineas- Ya mismo llegamos, Baljeet.
- Eres un quejica.-le espetó Blasto.
- Bueno, es normal. Esto ya me está cansando un poco a mí también.-le defendió Isabella.
Tal y como dijo Phineas, solo tuvieron que esperar un poco más para llegar a la cima de la colina. Y cuando miraron al frente, divisaron el castillo un poco más allá.
Desprendía un aire tétrico y oscuro. La luz de la luna no era suficiente para alumbrar todos y cada uno de sus rincones.
- Guau…-contempló Baljeet.
- ¡Vamos, rápido!
Ante el apremio de Phineas, el grupo comenzó a seguirlo mientras corría en dirección al castillo, con la intención de verlo de cerca. Este se detuvo frente a la verja que separaba el exterior del jardín del castillo.
La piedra era vieja y mohosa, y parecía que iba a caerse a cachos en cualquier momento. La hierba del jardín había crecido tanto y tan descontroladamente que casi quería alcanzar la altura del muro, o incluso invadía un poco el camino de tierra descuidado que llevaba hasta la entrada. Los muros y las paredes del castillo estaban empapelados en enredaderas y otras plantas intrusas, que habían encontrado en aquel siniestro lugar un sitio en el que crecer descontroladamente.
Phineas, tras un corto vistazo, comenzó a empujar la verja, que estaba abierta.
- ¡Espera, Phineas, Phineas!-llamó Isabella, algo asustada por la vista- Podría ser peligroso.
- ¡Vamos, Isabella!-le tranquilizó él- Aquí no vive nadie desde hace cientos de años.
- Precisamente, eso es lo más inquietante.-comentó Buford- Fíjate, ni se han molestado en cuidarlo un poquito.
- Una razón más para creer que la gente le tiene miedo a este castillo… por lo de la historia del fantasma.-dijo entre temblores Baljeet.
- ¡Hemos venido aquí para buscar ese fantasma, chicos!-alentó Phineas, que al contrario de sus compañeros, irradiaba emoción- ¿Os vais a echar atrás ahora?
Ferb, que al contrario de los demás siguió sin mostrar expresión alguna, fue el primero en atreverse a seguir a Phineas. Poco después los otros tres amigos accedieron a avanzar por el terroso camino. Buford no pudo evitar lanzar una mirada incómoda a la alta hierba de vez en cuando, mientras apuntaba con su linterna.
- ¿Tienes miedo, Buford?-se sorprendió Baljeet.
- ¡Claro que no! ¡Cállate, bocazas!
Baljeet iba a abrir la boca, pero Buford lo calló con un capón.
El grupo se detuvo frente a la puerta, de madera oscura y entumecida con los años, que tal vez rondaría los diez metros de altura. Era imponente, y muy tétrica, al igual que lo demás, pero aquel diseño tan sencillo y liso producía un mal presentimiento, como si intentara aparentar menos de lo que hubiera dentro.
Phineas de nuevo fue el primero en avanzar, y con ayuda de Ferb, empujó el portón, que también estaba abierto. Este se desplazó lentamente, como sin demasiados ánimos. Al final, Isabella acabó por ayudar a sus dos amigos, que empujaban con todas sus fuerza. Hasta que por fin, el portón se abrió por completo. La oscuridad era total, así que Phineas enfocó con su linterna el interior.
Lo que vieron fue increíble. Tanto que todos se quedaron perplejos, mientras que Baljeet corría a esconderse tras Phineas.
Tal y como sospechaban, la sencilla puerta intentaba ocultar el enorme recibidor. El techo podría estar a la misma altura que el de una iglesia y los ventanales eran todos medio opacos; casi no dejaban traspasar la luz de la luna. El suelo, que en su día tuvo que relucir como el más caro de los mármoles, estaba agrietado y algunas baldosas estaban sueltas. Una gran alfombra de terciopelo rojo cubría el camino principal y se dividía en dos para llevar a dos escaleras de ricas decoraciones en mármol que llevaban a las diferentes alas del edificio. También había una entrada al salón principal entre las dos escaleras, situada en la misma planta baja. Una gruesa capa de polvo y suciedad cubría el suelo y los muebles, y las telarañas ocupaban el más mínimo espacio que hubiera entre los rincones o entre los muebles.
- Guau.-dijo Ferb, simplemente.
- Mirad todo eso, chicos.-dijo Phineas, mientras levantaba la mirada observando cada rincón- Es todo tan real… Siento como si me hubiera desplazado a la Edad Media. ¡Y fijaos en las cosas que hay sobre los muebles!
- Esas cosas podrían tener mucho valor. Es increíble que nadie haya venido aquí a coger algo.-se sorprendió Buford, señalando unos candelabros que había sobre un elegante mesa, que parecían ser de oro.
- ¿N-no lo entiendes, Buford?-gimió Baljeet, asomándose de detrás del cuerpo de Phineas- La gente le tiene miedo… L-le tiene miedo a este castillo, a todo lo que rodea, y sobre todo… al fantasma.
- ¡No digas tonterías, Baljeet!-volvió a espetarle Buford- Todos sabemos que venir aquí ha sido una tontería. Todos sabemos que en realidad no existen los fantasmas.
Sin embargo, Buford no puedo evitar tragar saliva y retroceder un poco.
















Capítulo 5
Tormenta por sorpresa

Doofenshmirtz terminó de relatar por fin. Perry seguía buscando algo con la mirada para librarse de la alfombra. Le urgía, porque sabía que los inventos de Doofenshmirtz podían llegar a ser disparatados y accidentados, y una tormenta era algo con lo que no se debía jugar. A saber lo que podría pasar si este nuevo inator se le fuera de las manos.
- Como ya te dije, es un aparato similar al Lloverinator, por lo que es mejor dejarlo en el ático del hotel. Aunque el Tormentinator es algo más avanzado y práctico.
Perry intentó mover una de sus manos, pero no pudo hacer nada. Estaba completamente encajado… encajado…
Entonces se le ocurrió algo que merecía la pena intentar. Pero, para entonces Doosfenshmirtz ya alzaba el mando a distancia del Tormentinator.
- ¡Ahora, contempla la eficacia del Tormentinator y como hace imposible la visita a la ciudad de Londres!
Y pulsó el botón.
Perry observó a través de la ventana como unas nubes negras cubrían el cielo a una velocidad anormal. A los pocos segundos se escuchó el primer trueno.
- ¡Funciona!
Pero el gesto de triunfo de Doofenshmirtz se transformó en fastidio cuando una lluvia fuerte comenzó a entrar por ventana rota.
- Genial…-gruñó- A ver, creo que tenía un trozo de cartón que podría servir para tapar, no sé…-se dirigió hacia el rincón en el que se apoyaba su maleta y comenzó a rebuscar- Juraría que lo llevaba aquí, era de la caja de uno de los componentes del Tormentinator…
Perry aprovechó el despiste para rodar hasta al lado de la ventana, donde se dejó mojar por la lluvia, que poco a poco fue aumentando su intensidad.

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Phineas no dejó de advertir la mala cara de sus amigos. Pidió ayuda con la mirada a Ferb, pero este solo se encogió de hombros.
- Chicos…-suspiró Phineas, algo decepcionado- Si queréis no entramos, no pasa nada…
El fuerte retumbar de un trueno hizo que todos se sobresaltaran. Se giraron hacia el sur, desde donde vieron avanzar las nubes hasta ellos, a una velocidad increíble, anormal. Los truenos y los relámpagos se sucedieron, hasta que finalmente las nubes taparon la luna, dejándolos casi a oscuras, y una lluvia comenzó a caer y a hacerse más fuerte con el paso de los segundos.
- ¿Eh? Que raro.-se extrañó Isabella.
- Hoy no había ni una sola nube en el cielo, ¿no?-preguntó Phineas.
- No lo sé, pero yo me estoy empapando a una velocidad de vértigo.-se quejó Buford- Así no se puede estar afuera. Acabaremos cogiendo un catarro a lo bestia.
Todos se miraron, tragando saliva. Sabían muy bien que tocaba.
- Venga, adentro, chicos.-animó Phineas, mientras encabezaba el grupo con la linterna al frente- Buford, aumenta el nivel de intensidad de tu linterna. Es una palanquita que tiene instalada. Ferb y yo la incorporamos para alguna ocasión.
Las linternas aumentaron la intensidad, y el campo de visión se agrandó a los ojos de los demás.
- ¡Venga, yo pienso que deberíamos subir! Veamos que hay en la planta de arriba.
Las escaleras eran de gran tamaño, y la baranda, de madera al parecer, crujía solo con colocar suavemente una mano sobre ella. Cuando los cinco llegaron por fin al rellano de la primera planta, jadeaban de puro cansancio.
A continuación, el pasillo seguía hasta donde alcanzaba la vista, y se bifurcaba en diferentes caminos a lo largo. Montones de puertas, algunas más destrozadas por los años que otras, daban paso a habitación, montones de habitaciones, que a su vez estaban conectadas entre sí de formas diversas.
- Algo me dice que esto es un verdadero laberinto.-dijo Baljeet, frunciendo el ceño, al ver que el interior de una habitación daba a otras tres situadas más allá.
- Si vamos con cuidado, no pasará nada, os lo aseguro.-dijo Phineas- Creo que soy capaz de recordar por donde hemos pasado.
Y sin decir más, comenzaron a recorrer las habitaciones. Todas eran del mismo tamaño, todas con las misma dimensiones, pero al decoración era diferente. Algunas cortinas de suaves sedas polvorientas daban una gran impresión por sus vivos colores. Luego en cada habitación se guardaba algo. Encontraron numerosos cuadros en las paredes, muy antiguos, en especial. También descubrieron una armadura completa, o incluso una habitación con colchones de paja, que dedujeron que estaba destinada a los sirvientes del conde. Encontraron muebles y objetos de orfebrería, o incluso encontraron habitaciones prácticamente vacías.
Todo parecía estar puesto ahí como si nada, pero daba un aspecto misterioso. No había orden de habitaciones, ni se agrupaban en un solo tipo. La habitación siguiente era todo un misterio.
- Sigue lloviendo, y a cántaros.-observó Isabella, asomándose a una ventana tapada con un rajado cristal- Me pregunto como vamos a volver a la casa de vuestros abuelos…
- Acabará por parar.-dijo Baljeet, no muy confiado- Porque parará, ¿no?
- ¡Mirad esto, chicos!
El grupo en seguida se dirigió hacia la habitación en la que Buford los esperaba.
Todos se quedaron de piedra.
Era una habitación mucho más grande que las demás, con tupidas decoraciones y bonitos ventanales, casi completamente ciegos por culpa de la intensa lluvia del exterior. Había un lecho, una cama mullida, y cubierta de sábanas. Pero no había nada más ordenado.
Porque las cortinas estaban rasgadas y algunas partes estaban arrancadas de cuajo. Las paredes estaban rayadas, y el techo de cortinas del el lecho estaba prácticamente en el suelo. Los cojines destrozados en virutas, y las sábanas tan rasgadas como las cortinas.
Pero lo que más le llamó la atención al grupo fue una cosa en especial…
Una mancha de sangre seca en la destrozada alfombra.












Capítulo 6
Cosas principales a las que tener miedo

- Algo me dice que este sitio no es seguro.-comentó Phineas, frunciendo el ceño.
- Vámonos, de aquí, vámonos, por favor…-gimió Baljeet.
Casi todos retrocedieron, aterrorizados, y comenzaron a murmurar.
- ¡Chicos, chicos!-intentó calmarlos Phineas- Vamos a ver, hasta este punto llegamos. Será mejor que permanezcamos más cerca de la entrada principal, por si acaso. Vosotros seguidme.
Y sin decir más, Phineas dio media vuelta y se encaminó hasta la habitación contigua. Sin embargo, su grito ahogado de impresión alarmó a todos.
- ¡Phineas! ¿Qué ocurre?-preguntó Isabella, asomándose a la habitación.
Phineas se encontraba en mitad de la habitación, mirando a todos lados.
- ¿Dónde está el cuadro? ¡En esta habitación había un cuadro! Sin embargo… ¡Fíjate! La decoración es distinta.
Buford puso los ojos en blanco.
- Reconócelo, campanilla. No tienes una memoria tan fuerte.
- Espera, Buford.-irrumpió Baljeet- Creo que Phineas tiene razón. En esta habitación había un cuadro. Es como si hubiera cambiado.
- Bueno, el caso es que nos hemos perdido, ¿verdad?
- No del todo. Podríamos guiarnos mejor desde el pasillo, así que sigamos a ver si lo encontramos.
Así, el grupo se puso en marcha en sentido contrario. Aun así, no reconocían la mayoría de las habitaciones, lo que resultaba extraño. Para su alivio, consiguieron llegar al pasillo. Sin embargo, este era tan largo que ninguno supo que en que dirección seguirlo.
- Muy sencillo.-concluyó Phineas- Probamos con uno al azar. El castillo es grande, pero no lo suficiente como para tenernos tanto tiempo andando.
- Chicos…
- ¡Ya vale, Baljeet!-se quejó Isabella, cansada de los gemidos del chico- A ninguno nos gusta estar aquí, a oscuras, pero no tienes que estar todo el rato temblando.
- Pero, chicos…
- ¿¡QUÉ!?-preguntaron todos al unísono.
Cuando las dos linternas enfocaron a Baljeet, el grupo se estremeció. Estaba completamente pálido, hiperventilaba ligeramente y señalaba a un extremo del pasillo.
Cuando todos se giraron siguiendo su dedo indicador, pudieron verlo.
No era completamente nítido, pero lo vieron.
Parecía un chico joven, de unos quince años. Tenía una cabellera rubia, pero nada de eso se podía ver tan bien en la penumbra como sus ojos azules claros, clavados en el grupo, como pálidos, vacíos.

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Doofenshmirtz seguía rebuscando en su maleta. Era bastante lento, lo que Perry agradeció, porque si se girara y lo viera bajo la lluvia se daría cuenta de lo que tramaba.
Por suerte, la alfombra no tenía mucho grosor, por lo que se caló rápidamente. Poco a poco Perry pudo notar como su cuerpo comenzaba a humedecerse.
- ¡Ajá, aquí está! Normal que no lo viera, está detrás de toda esta ropa…
Comenzó a sacar la ropa desordenadamente, lo que puso nervioso a Perry. Por suerte la lluvia iba aumentando en potencia, y el proceso era cada vez más rápido. Finalmente, probó a moverse un poco, y notó que poco a poco su cuerpo ya iba saliendo de la apretada trampa.
- Ya la tengo aquí.-anunció Doofenshmirtz, que corrió a tapar la ventana con el trozo de cartón- Bueno, al menos esto la tapará por un tiempo. Luego ya me encargaré de ella con algo más resistente. Ahora, Perry el ornitorrinco, ¿por dónde íbamos?
Pero la alfombra estaba en el suelo sin Perry dentro.
No pudo cubrirse a tiempo: Perry apareció de repente y le golpeó la cara con un fuerte puñetazo. Doofenshmirtz cayó al suelo, pero se enderezó rápidamente.
- ¡Perry el ornitorrinco! ¿Cómo te has escapado?
Perry le mostró su cuerpo como respuesta, mostrando las gruesas gotas de agua que le resbalaban.
- Ah… ya. Humedeciéndote el cuerpo, ¿eh? Te creerás muy listo, ¿verdad?
Perry se encogió de hombros.

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No hubo nada que pensar, ni nada que hablar. Aquello era demasiado.
En dos segundos todos estaban chillando y corriendo en diferentes direcciones, como si la vida le fuera en ello. Cundió el pánico, y no tardaron en separarse.
Phineas estaba completamente ciego, porque la fuerza con la que corría le impedía enfocar la linterna en una dirección concreta. Llegó hasta una bifurcación, y entró en un pasillo algo más estrecho. Se pegó a la pared para descansar, jadeando. Tuvo que sentarse para recuperar el aliento.
- ¿Ch-chicos?-llamó Phineas, horrorizado, al no verlos junto a él.
Pero no esperaba respuesta, tal y como temía. Así que tras un minuto más de descanso, se puso en marcha a través del pasillo para buscar a sus compañeros. Lo que tenia bien claro es que no quería volver al pasillo, donde había visto a ese chico…
Ese chico… ¿quién era?




















Capítulo 7
En penumbra

- ¿Ferb? ¿Phineas? ¿Buford? ¿Isabella?- Baljeet llamaba a sus amigos débilmente, temblando de miedo.
Apenas veía hacia donde avanzaba. La oscuridad lo envolvía todo, y no tenía linterna. Le habría gustado tener algo a mano para iluminar, pero no llevaba nada. Todo lo llevaban o Phineas o Ferb, las cerillas incluidas.
Pensó en ellos entonces. ¿Se habrían separado todos? Sí, seguramente. Él terror lo había invadido y apenas se había dado cuenta de lo que sucedía, pero estaba seguro de que a sus amigos les había pasado lo mismo, y ahora se buscaban mutuamente. Ese pensamiento le tranquilizó, ya que no le gustaba nada estar en ese lugar esperando hasta que se hiciera de día. Aunque de todas formas, las nubes impedirían que se mostrase la luz del sol por los ventanales. Los truenos seguían sonando fuera, junto a la implacable lluvia que parecía querer destrozar el techo.
En aquel momento de reflexión, se escuchó un crujido silencioso un poco más allá, y Baljeet palideció al instante. Frenó en seco y levantó el rostro, esperando volver a encontrarse a la imagen del chico…
Pero no era él. Se trataba de Ferb, que apenas se distinguía bien en la oscuridad. Pero aquella expresión neutra era inconfundible.
- ¡Ferb! Menos mal…-se alegró Baljeet. Al menos ya no estaba solo- ¿Has visto a los otros?
Ferb negó con la cabeza, y Baljeet suspiró.
- En fin, tenemos que encontrarlos.
Ferb asintió, y encendió una cerilla. Gracias a las modificaciones que habían añadido él y su hermanastro, eran de larga duración, pero no tardaría en gastarse. Había que aprovecharlas bien y guardarlas por si acaso.
Así que los dos se pusieron en marcha tras la búsqueda de los demás.

I--------------------I

- ¿Hay alguien? ¿Chicos?
Phineas seguía avanzando, iluminando con la linterna al frente y a todos lados, nervioso. No sabía cuanto llevaba así, tal vez más de media hora, y seguía sin ninguna pista del paradero de sus amigos.
Le llamó la atención una puerta ricamente adornada de roble. Era la primera que veía cerrada. Se acercó con cuidado, y empujó, abriéndola con facilidad. No se atrevió a iluminar directamente con la linterna el interior, todavía algo asustado por el incidente anterior.
Avanzó unos pasos, pero se detuvo enseguida cuando escuchó un suave crujido.
Había alguien ahí.
Tras unos segundos completamente inmóvil, avanzó otro par de pasos. No se atrevió a preguntar si había alguien. Primero, porque sabía que sí había alguien, y segundo, porque no tenía seguro que fuera uno de sus amigos.
Pero de repente el fuerte ruido de la puerta detrás de él cerrándose de un portazo le hizo sobresaltarse, dejando caer la linterna. Se escuchó un sonido de cristal roto, y después esta se apagó.
- Oh, genial…-murmuró Phineas, tanteando en el suelo y encontrando un par de pequeñas partes de su linterna, seguramente ya inservible.
- ¿Phineas…?
Phineas se detuvo en seco. Tardó un poco en reconocer esa voz, porque sonaba tímida y asustada.
- ¿Isabella?
- ¡Phineas, eres tú!-suspiró de alivio- Casi me matas del susto al escucharte entrar.
- Y tú también al hacer ruido.-dijo- Espera, creo que tengo cerillas por aquí…
Rebuscó en su mochila a tientas hasta toparse con una caja de cerillas. Encendió una rápidamente, y con la pequeña llamita iluminó un poco la estancia. Isabella apareció tras una silla, donde se había escondido. Parpadeó un par de veces, hasta que Phineas sonrió, demostrando que era él. Entonces, sin poder evitarlo se lanzó a él y lo rodeó fuerte con sus brazos.
- ¡Que alivio, Phineas! ¡Estaba tan asustada…!
- Tranquila, Isabella.-la calmó Phineas- Vamos a salir para seguir buscando a los demás.
Isabella se separó de él, con un ligero rubor al darse cuenta de lo que había hecho, aunque a Phineas no le pareció importante.
- Me temo que no va a ser posible.
- ¿Qué? ¡Ay!-se quejó cuando la llamita de la cerilla le quemó el dedo. La apagó y encendió otra- ¿Por qué no?
- Verás… Cuando entré la puerta se cerró bruscamente. Supongo que hay alguna corriente de aire. No podía abrirla de ninguna forma. Entonces te escuché venir y me escondí… Después volvió a cerrarse, como has visto.
- Con que no se puede, ¿eh? Ya veremos. Isabella, ¿has visto alguna vela por aquí?
Ella señaló a la mesa de la sala, dónde había alguna vela vieja. Phineas cogió la que en mejor estado estaba, le quitó la mugre y los restos de tela de araña e intentó encenderla. Tras unos cuantos intentos inútiles, lo consiguió.
Con la vela encendida, el área de visión aumentó. Phineas comenzó a rebuscar por la habitación, hasta que finalmente dio con una chimenea que había en el otro extremo.
- Vale, ya he descubierto el origen de la corriente.-anunció- Ahora veamos si podemos abrir la puerta.



















Capítulo 8
Encerrados

Ferb y Baljeet continuaban el camino hacia algún sitio, buscando a sus compañeros. El segundo había dejado de temblar desde el momento en el que Ferb lo acompañaba, sintiéndose más seguro. De todas formas, Ferb comenzaba a sentirse mal por las cerillas, que poco a poco se iban gastando.
- ¡Phineas! ¡Buford! ¡Isabella! Bah, nada…-suspiró, comenzando a preocuparse- Espero que no les haya pasado algo malo. Ya sabes, con lo que hemos visto antes. Aunque yo creo que ha sido una visión. Realmente… eso no podía ser. Aquí no puede vivir nadie… y los fantasmas, porque sé lo que estás pensando, no existen en realidad, todos lo saben.
Continuaron por el pasillo hasta detenerse en el umbral de otra puerta. Baljeet se apoyó en la pared, descansando. De mientras, sin que se diese cuenta, Ferb entró en la habitación.
- Tal vez… Simplemente se tratara de una visión. Sería lo más lógico, ¿no? Estamos en un castillo a oscuras en una noche de tormenta, según las leyendas, está encantado, y existe un fantasma joven que vaga por aquí… Sí, sería el miedo lo que nos hizo pensar eso. No creo que…
- No estés tan seguro.
Baljeet se sobresaltó con la voz de Ferb, y se dio cuenta de que hablaba desde el interior de la habitación.
Entró también, y comprobó que parecía una sala especial, mucho más adornada, más espaciosa… La sala del trono. Ferb miraba fíjamente un gran cuadro colocado en un lugar de honor que mostraba a un joven.
Un joven de cabellera rubia y ojos azules claros, casi como celestes.
- E-ese…
- Sí, Baljeet. El hijo del conde de Sherril. El que hemos visto en el pasillo.

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- ¡Maldita sea!
Phineas continuaba intentando empujar la puerta, pero esta no cedía nada. Isabella lo miraba con preocupación, iluminando con la vela en la mano.
- ¡Esto… es… imposible!-gruñía, diciendo sus palabras a la par que sus embestidas a la puerta.
- Phineas, si no puedes, déjalo…
- No, no puedo dejarlo. Pero algo me dice que una fuerza así no puede provocarse por una simple corriente.
- ¿No?-Isabella frunció el ceño- ¿Qué podría ser entonces?
Phineas finalmente se rindió, y ante la mirada de lástima de Isabella, se dejó caer en el suelo para descansar, sentándose contra la puerta. Después de unos jadeos, miró a Isabella directamente a los ojos.
- No lo sé.
Isabella si que tenía algo en mente acerca de eso, pero se pensó un rato en si decirlo o no.
- ¿Y sí…-se atrevió finalmente- esto es por lo del… fantasma?
- Isabella, sinceramente, no creo que sea posible.-dijo, agachando la mirada.
- Pero… lo que vimos en el pasillo…
- Sí, lo sé. Posiblemente sea algún producto de nuestra imaginación, nada más. O puede que fuera un chico que realmente se había perdido aquí.
- ¿Y si era el fantasma?
Phineas suspiró, cansado.
- Es posible, no quiero ni pensar ahora. Pero si alguien tiene la culpa de esta situación soy yo. Yo soy el que insistí en ir aquí. Yo soy el que me ilusioné con llegar. Y si aquí hay un fantasma o alguna cosa rara, la culpa de esto es mía.
- ¡Phineas, no digas eso!-le animó Isabella- No tienes la culpa. No sabías que pasaba aquí.
- El abuelo me advirtió.
- ¡Tú puedes con muchas cosas, Phineas! ¡Has hecho cosas que ningún chico de tu edad puede hacer normalmente! No puedes rendirte por una cosa tan simple como un fantasmita cutre. ¡Vamos! Anímate.-le sacudió el hombro con fuerza- Vamos a seguir buscando una forma de salir de aquí.
Phineas levantó el rostro hacia ella, y finalmente sonrió.
- Gracias, Isabella. Siempre me haces sentir mejor…
Pero no hubo momento para que Phineas siguiera, porque un ruido en el pasillo hizo que ambos se pusieran alerta. Isabella apagó la vela.
Pasos. Eran pasos que se acercaban a la puerta. Eran lentos y fuertes.
Permanecieron completamente inmóviles, con el corazón en un puño. La cosa empeoró cuando los pasos se detuvieron frente a la puerta y comenzó a intentar a abrirla. Primero normalmente, pero por lo visto no fue capaz, y empezó a dar golpes.
Isabella estuvo a punto de gritar, pero Phineas fue más rápido y le tapó la boca con una mano, estrechándola contra él y pegándola a la pared.
Cuando los golpes sonaban tan fuerte que podrían haber despertado a todos los fantasmas del castillo, la puerta por fin se abrió.
Buford entró con soltura y desparpajo, con pasos igual de fuertes y brutos. Apuntó con la bombilla a diferentes lados de la habitación hasta toparse con Phineas e Isabella, ambos sentados en el suelo y pegados a la pared, lo miraban como si realmente fuera un fantasma.
- ¡Ja, ja, ja!-rió Buford, completamente tranquilo- Vaya, tendríais que veros las caras. ¡Ah…! Espero no haber interrumpido nada.
Cuando Phineas e Isabella se miraron el uno al otro, se dieron cuenta de que se habían abrazado casi sin darse cuenta. Rápidamente se separaron, poniendo una distancia limite entre ellos. Phineas se rascó detrás de la oreja, nervioso, e Isabella carraspeó.
- Bueno, bueno, si queréis me voy…
- ¡Buford!-le reprochó Isabella, lanzándole una mirada asesina.
- Vale, vale, solo era broma.-continuaba riendo- ¿Qué tal si seguimos buscando a los otros dos? No tienen linterna.
- Nosotros tampoco teníamos.-dijo Phineas, señalando los restos de linterna que había en el suelo mientras se levantaba y ayuda a Isabella- Espero que ellos también hayan encontrado velas, porque si no, no creo que las cerillas les duraran tanto.








Capítulo 9
Tormenta terrible

Perry se lanzó sobre el doctor, que se defendió como pudo, retrocediendo un poco. Este tanteó hasta dar con una lámpara de una de las mesitas de noche, con la que detuvo los ataques del agente secreto.
Perry cesó finalmente, viendo que no podía seguir así, y de un ágil movimiento, escapó del área de combate para lanzarse sobre el mando a distancia del Tormentinator, que se encontraba sobre una repisa.
- ¡Perry el ornitorrinco, no lo hagas!-le gritó Doofenshmirtz desesperadamente, haciendo que Perry se detuviera justo antes de lanzarlo contra el suelo- ¡Así no se desactivará! Si lo rompes, nunca podré pararlo, así que provocarías un caos.
Perry tragó saliva, indeciso. Supuso que estaba diciendo la verdad.
Así que entonces solo le quedaba una opción: destruir el Tormentinator directamente.
Con el mando aún en la mano, corrió a salir de la habitación. Doofenshmirtz, averiguando sus intenciones se lanzó en su persecución.
- ¡No, Perry el ornitorrinco! ¡No vayas al ático!
Doofenshmirtz lo perdió de vista a través del pasillo del hotel, pero comenzó a subir los escalones a toda velocidad. Finalmente, cuando llegó al ático, lo buscó con la mirada, pero no lo encontró.
Justo entonces el ascensor llegó a esa planta, y Perry apareció tranquilamente. Doofenshmirtz lo miró, fastidiado.
- ¿En serio?

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Ferb suspiró. Quedaban dos cerillas en el paquete.
- Nos vamos a quedar sin luz.-gimió Baljeet- Y, sinceramente, no me gusta nada la idea.
Ambos se encaminaban hacia algún lado, pero completamente ajenos. No sabían situarse, y después del encontronazo con el cuadro del hijo del conde de Sherril en la sala del trono, el ambiente era tan tenso que podría haberse cortado con un cuchillo.
Mientras andaban, Ferb fue viendo como se consumía la penúltima cerilla… Hasta tener que encender la última. Baljeet comenzó a sentir la boca reseca del nerviosismo. Necesitaban encontrar a sus amigos ya.
Para su suerte, a lo lejos distinguieron unas escaleras, y supieron que habían llegado al recibidor.
- ¡Menos mal! ¡Por lo menos ya estamos cerca de las puertas!
Mientras decía esto, Ferb echaba un vistazo alrededor. Sin duda, se encontraban ya cerca del recibidor. Estaban a poca distancia de la salida de aquel lugar infernal.
Pero aquello no podía ser tan fácil. Y Ferb lo supo en cuanto unos ojos azules celestes, muy pálidos, cruzaron la oscuridad del pasillo frente a ellos mismos justo cuando la última cerilla se consumió.
- ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!-gritó Baljeet, que se enganchó a Ferb como si le fuese la vida en ello. Este lo llevó a rastras hacia la escalera, aun sabiendo que estaban pasando por el lugar por el que habían visto al fantasma de nuevo, porque quería estar fuera lo más pronto posible, con tormenta o sin ella.

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Perry comenzó a correr en dirección a la máquina, pero Doofenshmirtz se abalanzó contra él. Perry lo esquivó con agilidad, pero el doctor consiguió arrinconarle contra el borde del tejado. Más abajo, a diez plantas de altura, se encontraba la calzada de Londres.
- ¡Nunca conseguirás desactivar mi Tormentinator, Perry el ornitorrinco!
Pero Perry parecía haberse fijado en algo que el doctor no.
La ciudad estaba asolada por las riadas en las calles. Las gotas de lluvia eran tan gruesas y numerosas que casi querían hacer daño al caer. Los rayos se estrellaban casi en la ciudad misma. El viento podía hacer volar las antenas de los edificios. Perry se sostuvo como pudo el sombrero, profirió ese gruñido suyo tan característico, apenas audible entre los truenos, y señaló al cielo.
Doofenshmirtz reparó entonces en el caos que lo rodeaba. Las nubes formaban peligrosos remolinos, que amenazaban con convertirse entornados. El agua había inundado el ático en el que se encontraban.
- Bueno, este no era precisamente el resultado que esperaba…-admitió Doofenshmirtz, mientras tragaba saliva.
Por eso, algo confuso y sintiéndose culpable, no tuvo valor para detener a Perry cuando este se lanzó sobre la máquina. Tras mucho rebuscar, encontró por fin una palanca que parecía servir para activar la máquina. Intento moverla, pero le fue imposible. Dirigió una mirada interrogante a Doofenshmirtz, que se encogió de hombros y sonrió inocentemente.
- ¿Palanca… atascada? Que contratiempo, ¿no?


























Capítulo 10
Sin salida

Cuando bajaron las escaleras, vieron que otras tres figuras, fácilmente reconocibles, se encontraban en el otro lado del recibidor, bajando las escaleras del otro ala. Buford los alumbró con su linterna, avistándolos. Pero abrió los ojos de par en par.
Ferb se giró, y vio de nuevo aquellos ojos fantasmales clavados en él, que se apresuraron a esconderse en cuanto él parpadeó.
Ambos grupos, muertos de miedo, corrieron a reunirse frente a la puerta, mientras una voz juvenil pero fría se colaba en sus mentes:
<<No debíais haber entrado aquí, niños…>>
Buford se estrelló prácticamente contra la puerta, y rápidamente se enderezó para intentar tirar de ella.
- ¡Ugh, maldita sea!
<<En el castillo no entra nadie…>>
Los otros cuatro se apresuraron a ayudar a Buford, pero no sirvió de nada. Al contrario que a su entrada, la puerta estaba cerrada a cal y canto.
<<Aquellos que entren… deberán pagar un precio…>>
Cuando se dieron cuenta de que la puerta estaba sellada, todos se giraron hacia la sala. Todos excepto Phineas, que comenzó a golpear la puerta con todas sus fuerzas.
- ¡ÁBRETE! ¡ÁBRETE YA!
<<Debieron advertiros…>>
- ¡Phineas, para!-ordenó Buford.
- ¿¡Entonces qué hago!?
<<Ahora no podéis salir…>>
Lo que siguió fue confuso y rápido.
Todo se oscureció, y no se pudo ver nada, a excepción de un chico rubio y ojos azules que se abalanzó sobre ellos en un grito de angustia y dolor, guardado en un muy profundo y lejano pasado, un grito de horror de Isabella, después, una fuerte ráfaga de aire, una caída y golpe en la nuca.
Después, todo en silencio.

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Perry se agarró fuertemente a la palanca, porque el viento huracanado amenazaba con levantarle por los aires.
- ¡Perry el ornitorrinco, haz algo ya!-rogó Doofenshmirtz, que también luchaba contra el viento.
Perry le lanzó una mirada de fastidio al doctor, dándole a entender que todo era culpa suya.
Pero sabía que tenía razón, que debía hacer algo, porque si no llegaba a controlarlo… No quería ni pensar lo que pasaría.
Seguramente la tormenta habría alcanzado ciudades más allá de Londres. Y sus amos estaban con sus abuelos no muy lejos. De hecho, suponía que la tormenta habría llegado hasta allí hacía ya bastante tiempo.
Entonces se le ocurrió.
¿Cómo podía haberlo pasado por alto?
El botón de autodestrucción debía de estar por cualquier sitio. Casi enganchándose a la máquina, comenzó a observarla y a buscar con la mirada. Conociendo a Doofenshmirtz, debía de ser un botón lo suficientemente grande como para no pasar desapercibido, o por lo menos, de un color llamativo. Tal vez podría tener un cartel que rezara “No presionar”.
Pero Perry, aunque se esforzó por encontrarlo, no dio con él. Si Doofenshmirtz había intentado solucionar ese error y no poner el botón de autodestrucción, o simplemente esconderlo bien, había elegido un mal día para mejorar como científico malvado.
Gruñó con todas sus fuerzas para hacerse notar entre el ruido de la lluvia y llamar la atención de Doofenshmirtz. Este se giró hacia él.
- ¡¿Qué?!
Perry intentó preguntar por signos donde estaba el botón de autodestrucción. Doofenshmirtz lo miró atentamente, frunciendo el ceño de vez en cuando.
- ¡¿Cómo?! ¡¿Explotar?! ¡¿Quieres explotar la máquina?!
Perry asintió, pero señaló uno de los botones y volvió a hacer signos.
- ¡¿Un botón?! ¡¿Para explotar?! ¡AH! ¡EL BOTÓN DE AUTODESTRUCCIÓN!
Perry asintió con urgencia.
- ¡El amarillo de arriba!
Perry comenzó a escalar por la máquina, pero el viento comenzó a resultar realmente peligroso.
Consiguió llegar al tope de la máquina, sobre unos diez metros de altitud, y por fin descubrió el botón amarillo.
Casi en la última esperanza, lo pulso…
El estallido fue monumental, y Perry salió disparado hacia atrás. Reaccionó rápido, y desplegó el paracaídas que llevaba en la mochila que se puso entonces (sin saberse a ciencia cierta de donde había salido). Cuando aterrizó en el suelo, la lluvia seguía cayendo, pero los truenos habían cesado. Las gotas caían más suaves y las nubes se fueron disipando con la misma velocidad que habían llegado.
- ¿Se… ha acabado?-jadeó Doofenshmirtz, aún en el suelo por culpa del fuerte viento, ya desaparecido.
El reloj de muñeca de Perry comenzó a sonar, y cuando este lo accionó, apareció el Mayor Monogram en pantalla.
- Buen trabajo agente P. Gracias a ti, Londres se ha salvado de una terrible catástrofe. Ahora debes volver a casa antes de que noten tu ausencia.
Perry puso los ojos en blanco, sabiendo que Candace no se preocuparía mucho de asegurarse de si estaba o no en casa. Pero de todas formas obedeció y llamó a su aerodeslizador, que fue a recibirle de inmediato. Se subió de un salto ágil y se lanzó de nuevo hacia el cielo de Londres.
- ¡Gracias, Perry el ornitorrinco!-se despidió Doofenshmirtz, aún impresionado.
Perry sonrió mientras desaparecía de la misma forma que había aparecido: Como una estrella fugaz, rauda y misteriosa.
En el ático, apareció entonces un hombre que, por el uniforme, tenía pinta de ser el encargado del hotel.
- Señor, ¿es usted el ocupante de la habitación 249?
- Ehh… Sí.
- La ventana rota tiene que pagarla.
Doofenshmirtz levantó un dedo, como pidiéndole un segundo, y después lanzó un grito al cielo:
- ¡¡¡MALDITO SEAS, PERRY EL ORNITORRINCOOOO!!!














Capítulo 11
¿Cuestión de creer?

- ¿Phineas? ¡Phineas!
- No responde.
- Deberíamos tirarle agua o lo que fuera encima.
- ¡Buford! ¡Un poco más de delicadeza!
- ¿¡Qué!? ¡Ofrezco ideas!
Las voces se arremolinaban, sonidos sin sentido en su cabeza, que retumbaban entre sus dos oídos una y otra vez, como un extraño eco…
- Phineas…
Por fin consiguió distinguir unas voces de otras, y comenzó a escuchar en vez de oír. Abrió los ojos lentamente, y las manchas borrosas que no paraban de moverse se definieron para formar la silueta de sus amigos.
- Bienvenido al mundo.-saludó Ferb.
La primera impresión fue que una potente linterna le alumbraba. Pero entonces se dio cuenta de que estaba al aire libre, y de que la luna llena volvía a resplandecer en el cielo nocturno.
Después fue pasando la mirada por sus amigos. Ferb parpadeaba, pero nunca desviaba la vista de él, Isabella le miraba con preocupación, Baljeet con miedo y Buford fruncía el ceño.
- Chicos… ¿Qué… qué ha pasado?
- ¿Sinceramente? Ni idea.-gruñó Buford mientras Ferb le ayudaba a levantarse
Como se tambaleó un poco, Isabella se apresuró a ayudarle.
- Pero… Este mareo…
- Te has dado un golpe con las escaleras al caer.-explicó Baljeet.
- ¿Con las escaleras?-preguntó Phineas, ya en pie y algo más seguro- ¿No estaba la puerta cerrada?
Todos se miraron, algo confusos.
- Phineas…-continuó Baljeet- Fue… muy raro. De repente sopló un viento muy fuerte y la puerta se abrió de par en par. Como todos estábamos apoyados en ella, caímos por las escaleras… Y tú te diste el golpe. Después todo se quedó en silencio. Nos apresuramos a traerte aquí.
Phineas se dio cuenta entonces de que se encontraban fuera de la verja del jardín del castillo. Viendo que ya se mantenía estable, Ferb e Isabella lo dejaron (a la última le costó más trabajo, porque seguía preocupada por él).
- ¿Y qué pasó al final con… el fantasma?
Buford tragó saliva antes de gemir:
- ¿Qué te crees? ¿Qué íbamos a entrar otra vez a ver que pasaba? ¿Estás majareta, Campanilla?
Phineas se acordó de la última imagen que habían presenciado sus ojos, y comprendió a lo que Buford se refería.
- Lo siento, chicos. Os he metido en esto a ciegas. No tenía ni idea.
- No te preocupes Phineas.-le alentó Isabella- lo importante ahora es que todos estamos bien.
Phineas se encogió de hombros.
- En fin, creo que deberíamos volver a casa de los abuelos ya. Se está haciendo tarde.
- ¿Tú crees…?-ironizó Buford.
- ¡Espera un momento, Phineas!
Este se giró hacia Baljeet.
- ¿Qué hay del fantasma, la razón por la que hemos venido aquí? Aunque no hayamos sacado pruebas convincentes… ¿Cuál es tu opinión?
- ¿Sinceramente, Baljeet?-Phineas suspiró- Creo que debería haber sabido desde el principio que solo es una leyenda absurda.
Buford frunció el ceño.
- ¿Y qué hay de lo que hemos visto ahí dentro?
- Nada, no hay nada. Yo creo… que el temor nos ha confundido. A ver, ¿quién de vosotros niega haber sentido miedo desde el principio?
Todos callaron, pero Isabella se adelantó.
- Tú no parecías tener miedo, Phineas.
- Sí que lo tenía, y mucho. Desde el momento que vi este castillo.-aseguró Phineas- Pero la curiosidad me pudo y acabé metiéndonos en un lío. La cuestión es que… Todos teníamos un miedo terrible, más miedo de lo que nunca habíamos tenido. Y el miedo te hace ver cosas casi completamente reales. Eso es un hecho científico. Las visiones que hemos tenido ahí dentro han sido solo eso, visiones, ilusiones. Nada ha sido real. Lo que intento decir es que… El fantasma solo existe si realmente crees que existe.
Todos comprendieron lo que quería decir.
- Yo creía en el fantasma, por eso vine aquí. Y al venir aquí, el miedo me pudo, por lo que acabó existiendo en mi mente. Pero nada ha sido real. Y os puedo dar hechos.
Todos le miraron con curiosidad, excepto Ferb, que al igual que su hermanastro, comenzó a buscar algo en la mochila.
Phineas sacó el invento del día, del que casi ya se habían olvidado todos: El sofisticado detector de movimientos. El pelirrojo lo revisó.
- No ha pitado en todo el día. Ninguna señal de movimiento, ninguna de sonido. Nada. ¿Y el tuyo, Ferb?
Ferb se limitó a mover la cabeza de lado a lado.
- Si algo de lo que hubiésemos escuchado o visto fuese real, esto lo habría grabado. Pero está vacío. Ahí tenéis una prueba de lo que digo.
Un corto silencio.
- Entonces… ¿qué hacemos?-preguntó entonces Baljeet.
- Como os he dicho: Volver a casa de los abuelos.-animó Phineas con una sonrisa, pero al intentar ponerse en camino desde el frente su rostro cambió- Ah, vaya… La linterna se me rompió dentro… Buford, vas a tener que ir delante alumbrando el camino.
Mientras el grupo se ponía en marcha, las voces se iban perdiendo por el camino que volvía a bajar la colina.
- No pasa nada por que no vayas por delante, Phineas, vamos a caminar juntos-animó Isabella.
- Vaya, menuda aventura más loca… Y no me quedan calzoncillos de repuesto.-gimió Baljeet.
- Te presto unos míos.
- Ehm… No, gracias. Creo que hay demasiada diferencia de tamaños.
- Como quieras; intentaba ser humilde. ¿Sabéis qué? ¡Toda esta locura me ha vaciado el estómago! ¿Podremos comer algo cuando lleguemos?
- ¡¡BUFORD!!-le regañaron todos.
Mientras sus voces y sus pasos en la hierba se iban perdiendo en el descenso, el castillo del conde de Sherril volvió a quedarse solo, abandonado, olvidado en la colina, como un elemento más del paisaje.
Lo que nadie jamás podría ver sería el chico joven, de cabellera rubia y ojos azules celestes, fantasmagóricos, que apareció por la ventana para observar la marcha del grupo.
¿Qué debía hacer? ¿Los dejaba marchar?
Sí… Mejor los dejaba marchar… por ahora.












































Epílogo

Cuando llegó a Danville, el horario ya era nocturno.
Perry aterrizó entonces sobre el jardín silenciosamente. Cuando bajó de su aerodeslizador, este bajó por una plataforma extraña que nadie habría podido detectar, para después volver a colocarse en su sitio y volver a parecer simple césped.
Se quitó el sombrero, se lo guardó en algún lugar enigmático, se puso a cuatro patas, y perdió su mirada inteligente, fría y calculadora para volver a desviar los ojos, con esa expresión neutra, tranquila, indiferente, inofensiva.
Cuando apareció en el salón encontró a Candace viendo una película junto a Stacy, su mejor amiga. Gruñó con ese sonido tan extraño y característico suyo, llamando la atención de ambas.
- ¡Ah, estás ahí, Perry!-exclamaron ambas simultáneamente.
- Ah, Perry me recuerda un poco a los chicos.-suspiró Candace- Pero en fin, hoy ha sido mi día. ¡No está de más no aparecer en una historia de vez en cuando! Necesito un poco de descanso.
Stacy la miró, frunciendo el ceño. Sin que ninguna se diera cuenta, Perry también la miró del mismo modo.
- ¿Qué?-gruñó la chica pelirroja- ¡Pillar a mis hermanos es muy agotador en ocasiones!



FIN

1 comentario:

  1. YIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! *O*
    ¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!

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